Ausencias

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Sucedió por primera vez cuando tenía doce años.
Estaba en mi cama, aún no me había dormido. Observaba la habitación con la vista desenfocada, la mente vagando sin detenerse en nada. Con abrupta sencillez, como quien descubre que habla un idioma que nunca había siquiera escuchado, me incorporé mientras mi cuerpo seguía acostado.
Un gran susto estalló en mi dos estómagos (en el de aquella que se incorporó y en el otro) y todo se recompuso en un instante.
Jamás volví a ser la misma.
Desde entonces la experiencia se reiteró incontables veces. Salgo de mi cáscara y viajo en el ensueño. Una y otra vez, salgo de mí. Me voy.
Ya no me asombra. Soy la que viaja sin cuerpo.
Sin embargo me pregunto hacia donde parten ellas, hacia donde parto yo, extraviándome de mí por un tiempo que ignoro, dejando menos de mí en mí, diluyendo esa quien soy mientras me ausento.
Muchas veces ando buscando por el mundo disfraces con qué recubrir mi carencia de sustancia, inventando una densidad que se diluye en cada episodio, que se quiebra en cada desprendimiento.
Sé que las partidas más numerosas ocurren en sueños y algunas veces, en sus umbrales. Pero no puedo ocultar que hay otras más.
A veces retorno, pero otras me pierdo, irremediablemente.


Y ahí ando. Buscando.
Todo aquello que soy y huye de mí.



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sihembra

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en el vacío lo Absoluto

en el útero
el Todo



sea yo semilla que fecunde mi posibilidad










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